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miércoles, 12 de agosto de 2020

LA EXPRESIÓN INDIVIDUALIZA


A desprecio de algunos contemporáneos en el siglo veintiuno: creo en la trascendencia de la obra artística. Creo en el arte como redención. Por supuesto que descreo de la obra liquida. El arte por el arte no me motiva. La creación artística suma algo más que habilidades y técnicas. “El poeta es un pequeño Dios”, profirió Vicente Huidobro, en su Arte poética. La creación del artista es la laguna diáfana donde se refleja el hombre creador. Para la elaboración del arte, el creador transforma la realidad, no la copia, le da vida; espiritualiza el objeto artístico. Todo arte implica el toque humano; la obra de arte, proyección del artista, así, se objetiviza. Hay que pretender dar el ser: ex nihilo sui et subiecti. Lo anterior, Huidobro lo intuyó muy bien. Siguiendo esta línea de pensamiento, no se puede dejar a la elaboración artística en mero cosmético.

Creo en el arte, decía, como salvación. Establece Byung Chul Han: “En presencia de lo bello, el alma se ve impelida a engendrar por sí misma algo bello. Al contemplar lo bello, el Eros despierta en el alma una fuerza engendradora. Por eso se llama «engendrar en lo bello» (tokos en kalo). Por medio de lo bello, el Eros tiene acceso a lo inmortal (Cfr. La salvación de lo bello). En la obra artística el creador patenta su individualidad. Con el ser del arte revelamos nuestra irrepetibilidad; nos desprendemos de la masa para ser un yo que se relaciona con un tú: existir es coexistir, pero como personas, no como seres sin rostro. El arte es expresión, y la expresión: individualiza. En el arte hay técnica, ¿cómo negarlo?, pero hay también imaginación. Dice R. G. Collinwood: “el arte es la expresión imaginativa de la emoción”. En la intimidad del artista, con su creación, se va pariendo “algo”, no sé qué, pero “algo”, que deja de ser abstracción para plasmarse objetivamente; el creador es el primer contemplador de ese “algo”, que bien podríamos llamar: trascendencia; y más que un rapto, como lo quería Kant, lo pienso como una invitación a la consagración del instante, como lo entrevió Paz; en esa invitación al viaje de consagrar, el artista vislumbra un destello de eternidad. Bien lo poetizó Blake:

“Para ver el mundo en un grano de arena,

y el cielo en una flor silvestre,

abarca el infinito en la palma de tu mano y la eternidad en una hora. 

Aquél que se liga a una alegría hace esfumar el fluir de la vida; 

aquél quien besa la joya cuando ésta cruza su camino, vive en el amanecer

[de la eternidad”.